Berta, Olivia, Juana, Yoryianis… Apakuana. Todas llevamos el mismo nombre.

 Fragmento de la historia de vida de Mary Fernández 


“Watia purusku le decían a cuanto uniformado se topaban camino al hospedaje solidario donde nos albergábamos.

Con vigor Lucía* bate el brazo derecho mientras reclama o regaña; la watia que nos acompañaba la imitaba y ambas se volvían cómplices al usar una lengua desconocida para la ciudad.

Con cada watia purusku invocado, me permitía la risa y soltaba pedazos de miedo viejo, lo que me hacía sentir más fuerte en compañía de esas mujeres. Sus maneras encubiertas y graciosas de interpelar a quienes debían garantizar nuestra seguridad, me daban la oportunidad de drenar en silencio parte de la impotencia y el dolor que una carga encima.

La watia se aprovechaba y les decía cantaíto como lo haría la Lucía: watia puruuusssku… en vez de estar cuidando edificios, deberían irse pa la Sierra a cuidar de estas mujeres.

Las reacciones de los criollos (watia) uniformados de verde (purusku) eran diversas, algunos hacían como si fuésemos invisibles, pues ni nos veían, lo que les permitía mantener la postura rígida y sobria exigida por su profesión; otros más relajados sonreían y unos pocos malhumorados y choretos se molestaban; esos eran los que se ganaban batidas de brazos y cantaítas más afincadas.

Era lo mínimo, porque aun jugueteando con estas situaciones, no logramos escapar de la constante mirada que solemos despertar en la mayoría de las personas una vez dejamos nuestras comunidades y nos acercamos al concreto en cualquiera de sus presentaciones.

No importa si estudiamos y nos volvemos maestras o abogados, no importa si limpiamos sus casas, si trabajamos por años para sus haciendas como mano de obra barata, no importa si cuidamos a sus hijos o hijas, si les hacemos el aseo a sus tiendas, si cargamos sus bolsas de mercado o si les vendemos nuestras artesanías, o si asistimos a sus congresos y espacios de debate; sus miradas marcan la frontera donde desconfianza, recelo, lástima, odio y desprecio se entremezclan para señalarnos la frontera que no debemos atravezar.

Mientras duerme, a Lucía le vienen los cantos en forma de sueño, apenas despierta tararea y al ratico ya va dándole letra; a mí recientemente me llegan imágenes de terror que espantan cualquier melodía; no tengo que estar dormida, basta con cerrar los ojos para que aparezcan. Junto al dolor de cabeza me acompañan en la memoria del cuerpo, todos los golpes, la tortura y el maltrato recibido.

Luego de caminar unas cuantas cuadras, por fin llegamos a la Minka, nos acostamos en las colchonetas; tomo unas hojas impresas y se las entregó a nuestra acompañante watia para que nos lea.

Quería saber quién era y qué había hecho esta mujer indígena a la que pronto le rendirían homenaje en el Panteón Nacional.

Línea tras línea encontraba coincidencias y me asombraba al ver que nada había cambiado, todo era exactamente igual a aquella época en la que llegaron, entre otras cosas, caballos y carretas.

Pensaba en mi madre, Carmen**, Cacica de Kuse, quien vivió el homicidio de cuatro de sus hijos varones y casi un quinto, a ella le tocó vivir también la angustia de mi secuestro; pensaba en Lucía, Cacica de la comunidad vecina de Chaktapa, a quien le asesinaron a Sabino, su esposo, así como a a un yerno.

Como Apakuana, mujer indígena, nosotras hemos sufrido el despojo de nuestras tierras, la quema de nuestros hogares, el robo de nuestros animales; “tierra arrasada” le llamaron a esta estrategia de combate europeo durante la colonización de este continente hacia finales del siglo XV, hoy en el siglo XXI no sé cómo le llaman, pero sigue pasandonos.

Como su pueblo, el nuestro fue desplazado de su territorio bajo amenaza de muerte, confinándonos a espacios cada vez más reducidos; donde el hambre, la enfermedad y la falta de alimentos también nos diezman.

Nos ha tocado ver a hermanos y hermanas yukpas servir a los hacendados y a autoridades mafiosas, como lo hicieran en su momento algunos indígenas puestos al servicio de los lacayos españoles; nos ha tocado vivir el abuso de poder de autoridades; nos ha tocado escapar de grupos de watias puruscus que en vez de defendernos vacían sus armas hasta dejar sin vida los cuerpos de nuestros padres, hijos, hermanos y esposos.

Apakuana era Caribe como nosotras, cacica como Carmen, como Lucía, piache como las mujeres que curan y nos protegen con sus hierbas e indicaciones; guerrera como cada una de nosotras.

Apakuana aconsejaba a otros caciques juntarse para conseguir la alianza entre todas las comunidades indígenas, lo que les haría más fuertes en la lucha contra el colonizador invasor.

Antes de mi secuestro, hacía lo que ella sin saber; visitaba comunidades para realizar trabajo social, aprovechando cada espacio para hablar y hablar con quienes pudiera, a fin de ir tejiendo la unión de nuestro pueblo.

Así fui raptada por unos hermanos yukpas encapuchados que junto a mercenarios armados autodenominados como guerrilla del ELN me entregaron a los verdugos de hoy, hacendados de fincas y verdaderos traficantes de ganado; allí en la Hacienda Las Delicias, en el mismo lugar en el que asesinaran a mi hermano Cristóbal, fui torturada y detenida arbitrariamente por funcionarios del CICPC.

Como sucedió con Apakuana la de los Valles del Tuy, Berta Cáceres de Honduras, Olivia Arévalo de Perú, Juana Ramírez de Guatemala y otras mujeres indígenas del continente, sus asesinatos fueron precedidos por la criminalización de sus identidades, acusándoles de hechiceras, separatistas, asesinas, ladronas. No sé cómo logré vencer la muerte, pero a diferencia de ellas yo sigo con vida.

Pienso que todas llevamos el mismo nombre, Oripanto Oayapo Tuonde, que significa “mujeres defensoras del territorio”; porque todas nos movilizamos por las mismas razones: destrucción de nuestros ecosistemas, extracción y robo indiscriminado de los recursos naturales resguardados bajo nuestros suelos, precarización y dominación de nuestros pueblos, enfermedad y muerte de nuestras oripas y kupas (niñas y niños).

Mi nombre es Mary Fernández***, no fuimos al acto de Apakuana; mi nombre es Mary Fernández y lo que había pensado decir y por lo que quise saber quién había sido aquella mujer indígena no pude expresarlo.

Mi nombre es Mary Fernández y todas llevamos el mismo nombre, porque todas hemos defendido y seguiremos defendiendo el derecho que tenemos de reproducir la vida en nuestros territorios”.

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Fuentes
Si quieres escuchar la voz de Mary Fernández
Si quieres conocer algunos detalles de su secuestro
Si quieres conocer el comunicado de la organización Oripanto Oayapo Tuonde en relación al secuestro de Mary Fernández

Personajes
*Lucía Martínez forma parte de la organización de mujeres Oripanto Oayapo Tuonde, en la actualidad es cacica de Chaktapa, comunidad indígena yukpa ubicada en las cercanías del rio Yaza, en la sierra de Perijá, del estado Zulia – Venezuela. Desde el asesinato de Sabino Romero, su esposo, asumió junto a su familia y comunidad la lucha por la demarcación de tierras, así como los reclamos por la explotación del carbón en territorio Yukpa.
**Carmen Fernández forma parte de la organización de mujeres Oripanto Oayapo Tuonde, en la actualidad es cacica de Kuse, comunidad indígena yukpa ubicada en las cercanías del rio Yaza, en la sierra de Perijá, del estado Zulia – Venezuela. Su familia y comunidad han mantenido relaciones de cooperación, intercambio y alianza con la comunidad indígena de Chaktapa. Los hijos e hijas de Carmen, entre las que se encuentra Mary Fernández Fernández, participaron en las demandas, denuncias y movilizaciones que Sabino Romero emprendiera hasta el 2013, año en el que fue asesinado.
***Mary Fernández Fernández protagonista de este relato, es maestra comunitraria, y también forma parte de la organización de mujeres Oripanto Oayapo Tuonde, es defensora de los derechos de los pueblos indígenas.

Ketsy Medina Sifontes / Redacción
Bernardo Suárez / Fotomontaje

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